Un nuevo estudio del CIEP, enmarcado dentro del proyecto de estudio para la resiliencia, sustentabilidad y valorización de la Reserva de Biosfera de la Unesco en la región de Aysén, revela la importancia de la cooperación entre los científicos y otros actores sociales para la conservación del entorno de la Reserva de la Biosfera Laguna San Rafael y el Guayaneco. La publicación, titulada Movilizando la ciencia del cambio global para una gobernanza transversal efectiva de la Reserva de la Biosfera Laguna San Rafael y el Guayaneco, analiza cómo se ha estudiado este entorno en los últimos veinte años y la importancia de crear flujos de intercambio de conocimiento entre la comunidad científica y la sociedad. El objetivo de la publicación es fomentar esta retroalimentación a nivel local para ofrecer a las personas implicadas una información clara en la que poder apoyarse a la hora de tomar decisiones encaminadas a la conservación del lugar.
Los autores del artículo, los científicos Trace Gale, Andrés Adiego, Fabien Bourlon y Alexandra Salazar, han hecho especial hincapié en el establecimiento de redes de conocimiento-acción (Knowledge-Action Networks) que aúnen ciencia, gestión y gobernanza. En palabras de la doctora Gale, estas redes “involucran tanto a la comunidad científica como a otros actores sociales: grupos indígenas, gestores de servicios públicos, políticos, comunidades locales, las ONG, etc. Creando una red de conocimientos que incorpora distintas formas de observar y conocer el entorno”.
Las redes de conocimiento-acción son claves para avanzar en un cambio transformador hacia una economía más sostenible en los territorios, sin embargo, su implementación conlleva ciertas dificultades. Gale apunta que uno de estos factores son los intereses particulares de los actores implicados. “Cuando tú juntas a personas con puntos de vista, prioridades y valores distintos, es muy difícil acordar cuál es el problema y la solución óptima”, esgrime la doctora. Otro de los puntos es que, históricamente, muchas de las investigaciones transcurrieron con escaso o nulo contacto con los actores locales. Esto implica que las y los investigadores acuden a un territorio desde diferentes partes del mundo, realizan su trabajo, pero los datos, resultados y recomendaciones no siempre son comunicados a las personas que toman las decisiones a nivel local. Además, gran parte de la investigación sobre temas de sostenibilidad es muy especializada y puede ser, según Gale, “difícil de entender, implementar e integrar” en la gobernanza local.
Para entender el ahínco de esta publicación por estrechar las relaciones entre ciencia y sociedad tenemos que comprender el contexto en el que se enmarca. Este es el compromiso adoptado dentro del Marco Mundial para la Biodiversidad de Kunming-Montreal (GBF), aprobado en la decimoquinta Conferencia de las Partes (COP 15) de las Naciones Unidas. Este acuerdo, ratificado por 195 países y la Unión Europea, proyecta para 2050 una sociedad en la que, como apunta la investigación, “la biodiversidad se valora, conserva, restaura y utiliza de manera sostenible” sin que se vea afectado el bienestar humano. Pero conseguir un futuro sostenible requiere del análisis de la relación entre nuestras sociedades y el entorno y cómo nuestro impacto lo modifica. La meta es “promover prácticas sostenibles que equilibren la salud medioambiental, la viabilidad económica y la igualdad entre los diferentes miembros de la sociedad”.
El estudio de esta cuestión es de especial relevancia puesto que el impacto de las actividades humanas en el medio ambiente creció de forma exponencial a mediados del siglo pasado. Esto se debió a un aumento en la cantidad de recursos que nuestras sociedades demandaban y, como resultado, una mayor alteración de los ecosistemas. Esta coyuntura ha provocado la modificación de las condiciones climáticas, un cambio en los usos del suelo, la pérdida de la biodiversidad, contaminación, la sobreexplotación de recursos o la propagación de especies invasoras. La transformación de las características de nuestro entorno tiene efectos directos en nuestra vida diaria, que se traducen en cambios en la demografía, cultura, tecnología, economía, política, salud, conflictos bélicos y epidemias.
La presente publicación se centra en la investigación del área de la Reserva de la Biosfera Laguna San Rafael y el Guayaneco, con el objetivo de contribuir a su conservación. Para ello se analizó la evolución de las investigaciones de este entorno desde el año 2000 hasta el 2021, identificando cuán recurrentes eran los principales “factores del cambio” que, según el Millennium Ecosystem Assessment (EEA) y el International Payments for Ecosystem Services (IPES), inducen a la modificación de los ecosistemas. Estos son: cambio climático, cambio de uso de la tierra, cambio de hábitat, especies invasoras, sobreexplotación y contaminación. A pesar de que el más mencionado en las publicaciones fue el cambio climático, presente en 96 documentos de un total de 121, Gale apuntala que “el cambio de suelo está afectando a la biodiversidad todavía más”. Para la investigadora, la ciencia experimentó en el pasado un “enfoque centralizado en el cambio climático” y no es hasta la última década cuando se empezó a tener una visión “más integral”. “Los últimos estudios que se están publicando abarcan varios de los factores del cambio, y yo creo que es una evidencia de que la comunidad científica está avanzando”, zanja Gale.
Surgieron tres áreas de investigación de alta densidad, es decir, ciertos lugares en los que se concentraron los estudios, particularmente a lo largo del Campo de Hielo Norte. La mayoría de los análisis se llevaron a cabo en el núcleo del área y las zonas de amortiguamiento, es decir, aquellos lugares más vírgenes. Se identifica una notable focalización alrededor de Puerto Bertrand, Cochrane y Caleta Tortel. Sin embargo, para Gale el estudio de estas zonas tiene que tener una perspectiva “socioambiental”, que abarque también poblaciones o territorios explotados por el hombre. “Es fundamental estudiar los glaciares y los impactos del cambio climático en el Campo de Hielo Norte —esgrime—, al mismo tiempo que es crucial explorar más allá del núcleo del área para comprender las interacciones entre estos ecosistemas y los territorios circundantes.”.
Además de ello, se observan ciertas tendencias temporales. Las primeras investigaciones entre 2002 y 2008 incluyeron un contenido mínimo de redes de conocimiento-acción, pero se observaron aumentos notables entre 2009 y 2015 y nuevamente entre 2017 y 2021. Esto quiere decir que, conforme pasaron los años, la preocupación por conseguir una efectiva transmisión del conocimiento científico hacia los actores sociales fue en aumento debido a que se incluyeron referencias a dicha cuestión en las publicaciones científicas de la Reserva de la Biosfera Laguna San Rafael y el Guayaneco.
Desde la perspectiva del co-autor, el doctor Fabien Bourlon, este potencial es especialmente relevante en el marco del proyecto antes mencionado. Durante el desarrollo de esta investigación, se evidenció la falta de conocimiento de los trabajos científicos por los servicios públicos y la comunidad local y la aplicación de este conocimiento en sus planes de acciones. “Hemos aprendido que es clave plantear los proyectos de investigación desde el inicio con participación de actores locales. El propio proyecto de investigación debe hacer sentido y que se incorpore en las prioridades locales. El enlace del conocimiento científico con el desarrollo sociocultural requiere de una gobernanza efectiva con actores de nivel regional y de todas las comunidades interesadas, con sus temas específicos.”